Mencioné los cuatro dones que Adán perdió y los repito: la impasibilidad
o libertad del dolor; inmortalidad o libertad de la muerte; integridad o
completo dominio propio del intelecto sobre los impulsos animales del cuerpo; y
conocimiento infuso o la libertad de la ignorancia en materias esenciales a la
felicidad.
Es interesante que la Iglesia ha dogmatizado – es decir, enseñado como
doctrina vinculante – que la inmortalidad fue dada a la primera pareja y ellos
la perdieron al pecar. La realidad de los demás dones perdidos se enseña con
diversos grados de certidumbre teológica, pero no son vinculantes como doctrina
(Fuente: Fundamentals
of Catholic Dogma, por Dr. Ludwig Ott, pp. 103-105).
A primera vista, la doctrina de la inmortalidad original del hombre y la
mujer chocan con la preexistencia y coexistencia de homínidos primitivos. También aparenta
estar en conflicto con la certeza, dada la abundante evidencia empírica, que la
muerte era una realidad concreta antes del advenimiento del ser humano.
Sin embargo, no es así. Lo que la Iglesia enseña es lo que s. Agustín
enseñaba, que la inmortalidad primitiva dada por Dios a Adán no fue la imposibilidad de morir (non posse mori), pero la posibilidad de
no morir (posse non mori). Véanlo abajo.
Podemos entonces concluir, de modo provisional, que la inmortalidad
concebida como imposibilidad de morir era condicional a la decisión de la
primera pareja de obedecer a Dios y que esta la tenían en potencia al momento
de recibir los otros dones. Al pecar – como veremos – perdieron ambos aspectos
del don de la inmortalidad y revirtieron a lo que es verdad de toda la
naturaleza animal: a la muerte como consecuencia de la entropía.
La enseñanza de s. Agustín respecto a la inmortalidad de la primera pareja. Fuente: Dr. Ludwig Ott. |