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¿Cuál de las dos narraciones son concretamente ciertas, la de la
evolución o la de Génesis? Mucha tinta se ha derramado discutiendo y escribiendo
respuestas opuestas y sus justificaciones y agrias recriminaciones. Mi
respuesta es simple: las dos son ciertas, las dos dicen la verdad. ¿Y cómo lo
sé? Porque tanto los científicos que estudian la evolución y el autor – humano
– del Génesis han sido honestos. Vieron las cosas de cierto modo y todos
narraron lo que vieron con integridad, haciendo uso del lenguaje que tenían al
alcance, comunicando a sus audiencias la verdad de lo que vieron.
Pero, ¿y si uno inventó lo visto, o tuvo una alucinación y el otro no? (Casi
siempre esta objeción se le lanza al autor del Génesis y no a los científicos).
Mi contestación también es simple: encuentro que el autor del Génesis es tan
digno de crédito como los científicos evolucionistas.
Y entonces, ¿qué hacer con las contradicciones? Porque el ser humano no
puede ser creado de la arcilla de la tierra directamente de la mano de Dios y
haber sido un producto de la evolución que tomó miles de millones de años…
Mi hipótesis es que Dios le mostró al autor del Génesis en un instante
la evolución como tal y que el autor del Génesis la describió como pudo, en el
contexto vital, cultura, conceptos y lenguaje que tenía al alcance, ajustando
la historia a la revelación monoteísta del pueblo de Israel en su momento.
No tengo evidencia empírica para probar esta correspondencia. La
evidencia que vislumbro es circunstancial y uno de sus dos presupuestos es la
validez de la experiencia religiosa de transmitir la verdad que Dios nos revela
para salvarnos, para llamarnos hacia sí. El otro es que Dios es tanto el autor
del Génesis y el autor de la evolución, así que no puede haber contradicción
entre uno y lo otro.
Los detalles Él nos los deja para figurarlos nosotros con nuestro intelecto y raciocinio.