Lo maravilloso de toda esta creación es que es
inteligible, es decir, se le puede entender. Más maravilloso es que nosotros la
podamos entender. Somos productos secundarios del universo y por eso, en cierto
modo, somos el universo mismo ateniendo conciencia propia y mirándose a sí
mismo. Los peces no pueden apreciar el mar en el que nadan, pero nosotros
podemos apreciar y describir el universo en que vivimos. Esto lo quiso Dios
así.
El universo, desde las cosas más grandes hasta las más
pequeñas, obedecen comportamientos por fórmulas físicas, químicas y matemáticas.
Esas fórmulas describen, de manera lógica, las relaciones mutuamente
interdependientes, entre masas, direcciones, fuerzas y energías que forjan al
universo.
Maravilloso también que estas descripciones
matemáticas se ajusten tan bien al universo. Estas estarán en las mentes de los
científicos, pero de algún modo, son parte de la fábrica misma del orden
creado. Los científicos lo que hacen son descubrirlas. ¿Y las leyes de la
lógica, que hacen de todas estas ecuaciones algo coherente? También son parte
del croquis de la creación y preceden a esta. La lógica precede la creación del
universo. Piénsalo bien.
Los hallazgos científicos, una vez se reducen a los
temas cosmológicos fundamentales, apuntan hacia la existencia del Dios detrás
de la matemática y la lógica del universo. Decir que el universo es un producto
del azar es un equívoco, ya que hasta el mismo azar obedece ciertas leyes
inmutables de la mecánica cuántica, leyes descritas por las matemáticas
avanzadas y circunscritas por las leyes de la lógica.
No hay escape. La creación demanda la existencia de un
Creador y a este Creador le llamamos Dios y Padre de Jesucristo nuestro Señor.