Cuando Dios creó a los ángeles, Él los creó todos buenos. Al momento de su creación, todos eran inocentes, pero no eran “santos” por naturaleza. La santidad es una gracia y la gracia es un compartir con la esencia de Dios en uno mismo. Los ángeles, es ese momento, no veían a Dios en su esencia. Veían algo de Él, pero carecían de la visión beatífica.
Dios probó el amor de los ángeles porque Dios no quiere autómatas en su servicio: Dios quiere servidores que lo amen libremente. Solamente así tendrían acceso a la visión beatífica, si pasaban la prueba.
Es el consenso teológico de la Iglesia, desde la era de los Padres de la Iglesia hasta el presente, que la prueba de Dios a los ángeles consistió de tres revelaciones acerca del universo material:
- Primero, que Dios crearía ese universo material y dentro de ese universo, Él crearía un ser que sería un compuesto de lo material y lo espiritual. Más aún, que Dios haría esa criatura “a su imagen y semejanza”, algo que los ángeles, hasta donde sabemos, no tenían.
- Segundo, que Dios mismo tomaría esa naturaleza material sin dejar de ser Dios y moraría entre esos seres como un amigo, como un igual.
- Tercero, que, con el propósito de morar entre estos seres materiales, Dios mismo se encarnaría como un bebé en el vientre de una mujer tan humilde, sencilla y pura que los mismos ángeles tendrían que honrarla como su reina. Esta mujer sería teotókos, Portadora de Dios.
Todo esto dio a los ángeles mucho qué pensar…