Los ángeles no están presentes en todo lugar. Sólo Dios es omnipresente.
Y cuando un ángel se presenta en un lugar no debe entenderse en nuestro sentido
ordinario ya que los ángeles no ocupan lugar o volumen alguno en nuestro
espacio tetradimensional – tres dimensiones de longitud más una de tiempo.
Antes bien, debido a su naturaleza, los ángeles “contienen” nuestro espacio. Es
como si su ser estuviese en una quinta dimensión fuera de las cuatro nuestras y
desde allí enfocase su atención sobre los particulares de nuestra realidad.
Desde ese punto de vista, el ángel puede acoger espacios limitados de nuestra
realidad conteniéndolos dentro de sí mismo.
Cuando decimos que un ángel está aquí o allá, eso lo logra el ángel
enfocando su intelecto a un ser o lugar determinado. Usemos el verbo “mirar”
como una analogía. Aclaro que, como toda analogía, “mirar” no es un verbo
exacto para aplicar a los ángeles ya que estos no tienen ojos. Pero llamemos
ese enfoque atento del intelecto angélico con el verbo “mirar”. Cuando un ángel
mira un objeto, se dice que el ángel está allí. Si “mira” de este modo a una persona, se dice
que la posee, aunque los ángeles buenos no hacen eso ordinariamente y los
malos, muy ocasionalmente y con el permiso de Dios.
Pero los poderes naturales, aumentados por la gracia, de los ángeles
buenos, les permite “mirar” o sea, “estar” en al menos dos sitios
simultáneamente: en la presencia de Dios y en donde se encuentren. Mientras más
exaltado sea un ángel, en más lugares podría estar, pero su sentido individual
de la presencia de Dios varía de acuerdo a la gracia de Dios. Eso quiere decir
que cada ángel experimenta la presencia de Dios en un modo diferente, pero
siempre al máximo de lo que es capaz de experimentar. A lo mejor el ángel más pequeño disfruta a Dios de una manera mayor que la del ángel más avanzado en su naturaleza. Dios concede su gracia de modo diferente y soberano a cada ser racional, de acuerdo a sus designios.