Nuestro
Dios es santo. Nos dice la Enciclopedia
Judía que en cuanto a Dios se refiere santidad
significa que Dios es inasequible;
separado de, o por sobre de, cosas comunes, profanas o sensuales; primero de
modo físico y externo y luego en un sentido espiritual: pureza y perfección
moral incapaz de pecar. La Enciclopedia Católica
añade que santidad connota separación: de lo profano hacia lo
divino y sanción: aquello que recibe la
aprobación o sello de Dios.
Tan santo
es Dios que la Iglesia lo exalta en la liturgia llamándole santo tres veces: Sanctus,
Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt cæli et terra gloria tua.
La santidad
de Dios quema. Él es fuego consumidor (Hebreos
12:29). Por eso se le apareció a Moisés bajo la forma de una zarza ardiente
(Éxodo
3:1-3). Un fuego intenso siempre atrae la fascinación del ser humano, a la
vez que inspira temor. Lo que nos quema de Dios es su santidad. Refulge y
brilla de tal modo que a los ojos humanos se nos asemeja al sol.
Dios no
puede no ser santo. La pureza y rectitud moral son su Naturaleza. En oposición
a la religión musulmana la cual insiste que Dios trasciende la moralidad porque
nada lo “ata”, la fe judía y cristiana revelan a un Dios santo, puro e impecable
quien demanda lo mismo de nosotros para asemejarnos a Él. Por eso es que en la
religión musulmana, Dios no es Amor: Él es Voluntad. En la religión cristiana,
Dios es Amor y su Amor Santo lo define. Dios no hace excepciones a sus demandas
morales como recompensa, como supuestamente lo hizo con Mahoma.
El Dios
verdadero no se contradice ni niega Él mismo su santidad, o se negaría a sí
mismo, dejaría de ser Dios.