Ese
argumento de que Dios no puede no-existir es uno de los más criticados de la
historia. Mi aseveración es una paráfrasis del argumento ontológico de San
Anselmo. Este definió a Dios como «aquel del que nada más grande [que él] puede
ser pensado», y argumentó que este ser debe existir en la mente, incluso en la
mente de la persona que niega la existencia de Dios. Sugirió que, si el mayor
ser posible existe en la mente, también debe existir en la realidad. Si solo
existe en la mente, entonces un ser aún mayor debe ser posible: uno que existe
tanto en la mente como en la realidad. Por lo tanto, este ser más grande
posible debe existir en la realidad (Fuente). Entonces, Dios existe.
Desde ese
entonces, la filosofía occidental se ha dedicado a destruir el argumento de
varias maneras. Kant construyó una objeción que encuentro meramente semántica,
vaciando la palabra “existencia” de su significado. El filósofo inglés Hume
redujo el concepto de Dios a la imaginación, al nivel de hadas y unicornios, alegando
que porque algo se pueda concebir en la imaginación no necesariamente sigue de
que deba existir. Al mismo Santo Tomás de Aquino no le gustaba y Anselmo fue su
maestro.
Yo, sin
embargo, creo que el argumento de San Anselmo es fuerte precisamente por su simplicidad
lógica y su belleza estética, y estos, como las grandes teorías de la física,
tienden a ser ciertas.
Repito, si
entendemos bien lo que queremos decir con la palabra “Dios” no podemos
si no concluir que existe. Y la idea de Dios no es una fácil de concebir. Ideas
como omnipotencia o eternidad rebasan nuestra experiencia.
Entonces, ¿quién puso
esas ideas en nuestras mentes? Dios mismo, para que podamos hablar de El.