Hemos
hablado anteriormente de la aseidad de Dios: que Dios es el Ser por excelencia, sin dependencia alguna de otro ser.
Dios es en sí mismo el origen y razón de su existencia. En Él no hay ni causa
ni efecto. También discutimos que en Dios todos sus atributos se coextienden
con su Ser.
Sin
embargo, esto no significa que Dios es un ser “paralizado” en su Ser. Junto con
su aseidad, Dios es “acto puro.” Lo que esto significa es que las “acciones” de
Dios se diferencian marcadamente de las nuestras, en lo que carecen de un
comienzo, un punto medio y un final o conclusión. En la naturaleza íntima de
Dios, todas sus acciones son una sola, siempre en presente eterno, sin fin.
Dios es tanto verbo como sujeto.
Esto es
importante entenderlo porque la revelación dada en Jesús nos muestra que el
modo en que su personalidad trasciende todo concepto humano de ese término se
manifiesta en su tri-personalidad. Veamos:
El Padre,
en su eternidad como acto puro, se contempla a sí mismo en su mente y la Imagen
de sí mismo que surge en su mente en un acto puro, sin comienzo ni fin. La Imagen
es pura y perfecta que refleja todos los atributos y perfecciones del Padre,
incluyendo la personalidad. Sin egoísmo alguno el Padre ama a esa Imagen. La
Imagen, siendo perfecto reflejo del Padre mantiene su Personalidad igual, pero contra-distinta
a la del Padre, devuelve el Amor al Padre del mismo modo. Y este Amor es imagen
perfecta del Padre y de su Imagen, con todos los atributos del Padre incluyendo
su Personalidad contradistinta a la del Padre y su Imagen.
La Imagen
es el Hijo. El Amor es el Espíritu Santo. Este remolino eterno de Amor que se da y recibe dentro de Sí es
nuestro Dios. Y estas pobres palabras se quedan infinitamente cortas ante esta
Realidad eterna.