Perichoresis illustration courtesy of Wikipedia |
Hablamos
anteriormente del dato de la revelación que nos informa que en Dios hay tres
personas divinas a las cuales llamamos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. También
vimos cómo y con cuáles limitaciones podemos hablar de Dios afirmativamente y
cómo las palabras caen cortas ante la realidad de Dios.
Hablemos de
la simplicidad de Dios. Dios es “simple" – no tiene cuerpo, no tiene “partes”
ni composición química alguna. Todo Él es Él. Usamos el lenguaje de la analogía
para describir como es Dios en sí mismo – la Trinidad inmanente.
En Dios
todo es igual excepto en la distinción de sus relaciones internas: el Padre es
Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no hay tres dioses,
solamente un Dios. Todos son en su plenitud esa simplicidad eterna y sin fin que
es Dios.
No
solamente eso, sino que cada Persona de la Trinidad cohabita en la otra –
recuerda, las Tres Personas son «Dios». Así, el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre; el Hijo están en
el Espíritu Santo y el Espíritu en el Hijo; el Padre está en el Espíritu y el
Espíritu en el Padre.
Esta cohabitación o
coinherencia entre las Tres Personas recibe un nombre técnico en la teología:
en griego es perikoresis; en latín es
circumincession. Estas palabras
significan literalmente “rotación”. Pero no es la mera rotación de una rueda
mecánica. Es, más bien, la rotación de personas tomadas de la mano y danzando
en un círculo.
Podemos imaginar
entonces, que en la vida íntima de Dios se celebra una danza eterna entre las
Tres Personas de su Ser en la cual cada Persona se da plenamente a la otra.
La salvación consiste
en unirnos a esta danza. De esto hablaremos más adelante.